Mi pobre blog personal medio olvidado, donde últimamente solo público vídeos tontos. Ha llegado el momento de contar un poco como va tirando mi vida por aquí en Barcelona, que con lo rápido que pasa el tiempo, ya llevo siete meses y medio viviendo en ella. Más aun si tenemos en cuenta que después de revisar el blog, la última entrada de mi estado por aquí es de nada más llegar pisar tierras catalanas.
Desde aquella ya encontré piso, la verdad es que fue un proceso desesperante, muy mal acostumbrado estaba yo a buscar piso en Santiago, donde lo único que te piden es que tengas un contrato y un mes de fianza. El piso no es gran cosa, un estudio de 30 y pocos metros cuadrados, o como me recomiendan que lo llame, un loft en el centro de Barcelona. Aún así el pequeño está bastante bien apañado. Y cuando la señora que me lo alquila me dijo que con tal de que le pagase la fianza se fiaba de mí, casi me dio ganas de abrazarla. Después a lo mejor me timarán, pero ya estaba cansado de lidiar con inmobiliarias que a poco más te pedían un estudio financiero de tus padres, abuelos y tatarabuelos para que te fiasen, a mis 33 años parece que aun tengo que seguir bajo la sombra de mis padres para firmar cualquier cosa.
Mi primera etapa de vida un pelín autista por aquí ha dado lugar a que pudiese realizar mi primer proyecto medianamente serio en cuanto a fotografía: davidgp.es/blog – De luz a píxeles, de píxeles a tinta, proyecto que poco a poco va alcanzando objetivos personales, pero aun le queda un largo recorrido para convertirse en lo que espero que un día sea.
Lo de esta vida autista también ha dado lugar a otras reflexiones, mi herencia genética gallega me debería hacer sentir morriña por Galicia. Tal como dice mi compañero de trabajo, ver llover estos días de verano me debe estar haciendo saltar la lagrimilla. Pero realmente creo que la reflexión más correcta es el hogar no es un lugar, es la gente, y creo que no es sorpresa para nadie que diga que para mí, en estos momentos, ese hogar sigue estando en Santiago de Compostela. Ahí, a parte de mi familia, está ese grupo de amigos que me siguen avisando por correo cuando quedan para tomar unas cañas, por si las moscas, no vaya a ser que por error al salir del metro te pases unas cuantas paradas de más y acabes por Santiago.
Dicho esto, si obviamos el calor agobiante de verano, y a pesar de que tengo mi grupito de yonkies en la esquina de mi calle, Barcelona es una ciudad bastante agradable para vivir. La ciudad en sí no se hace grande, y lo de ir en bici al trabajo es todo un punto. A parte, si eres como yo, que eso de quedarte encerrado en una ciudad todo un fin de semana no le ves la gracia por ningún lado, cerca tienes tanto montaña como mar, sí obviamos el detalle de que las puestas de sol son por el lado incorrecto.
Y hablando de montañas, ya cerrando este grupo aleatorio de párrafos, el otro día, subí hasta el Refugi d’Amitges, con la cámara a cuestas, llegué reventado. En ese momento, mientras esperaba a que me sirviesen la cena me decía: «puff, ¿y ahora a caminar hasta un buen punto para hacer fotos?» Pero fue cenar, ver que la puesta de sol ya estaba encima y nuevas fuerzas aparecieron, correteando de una esquina a otra para buscar el ángulo correcto, y la toma perfecta. Mientras hacía todo eso reflexionaba, tengo que buscarme la forma de poder hacer esto todos los días…