El día 26 de Agosto me tocó levantarme temprano para empezar disfrutar de mi último viaje antes de que se terminasen las vacaciones, me iba a pasar 5 días a Amsterdam. A las 7:30 de la mañana salía nuestro vuelo para Madrid donde tendríamos que pillar un enlace en la Terminal 4 de Barajas para ir hasta el aeropuerto de Amsterdam.
El viaje hasta allí fue sin incidentes. Tuvimos que pasar unos cuatro horas aburridillas en la Terminal 4, mirando tiendas y comiendo algo. No me perdieron la maleta, cosa que ya me pasó dos veces (de esta vez el equipaje de mano iba bien preparado para sobrevivir sin necesidad de ir a comprar ropa, yo es que ya no me fío)
Al final llegamos a Amsterdam a las 15:45. Después de pillar el tren del aeropuerto a la ciudad, unos 20 minutos de viaje, llegamos a la Central Station, que se encuentra a 5 minutos de lo que fue nuestro hotel, el Amstel Botel. Mirando por fuera el hotel parece que es una gran barcaza reconvertida precisamente para ser hotel. La verdad es que dada la forma de su casco, no tiene pinta de que navegase mucho antes de ser anclado en su posición actual.
La habitación era pequeña, y el baño enanísimo. De todas formas la cama resultó cómoda, y las vistas al canal no estaban nada mal. También estaba bastante bien colocado para explorar la ciudad, tal vez un poco apartado de los museos, pero no se puede tener todo.
Como es habitual en mí, una vez dejadas las cosas en el hotel nos dedicamos a recorrer la ciudad, un poco al azar, aventurándonos por la primera calle que nos encontramos. Nos metimos por lo que debía ser un barrio chino en la ciudad, lleno de tiendas que iban desde el típico restaurante, pasando por tatuajes, recuerdos, masajes… también pasamos por un barrio gay, cada bar ondeaba la bandera multicolor.
Como habíamos comido poco nos entró el hambre y decidimos ver algunos de los lugares que recomendaba la guía que me había comprado, que por cierto, quedé con un mal sabor de boca de ella. El restaurante que recomendaban estaba cerrado, pero por casualidad quedaba al lado de una tienda dedicada a juegos de mesa y rol, a la cual echamos un vistazo.
Mi compañero de viaje tenía que pasarse a inscribirse en el congreso en el que tenía que participar el lunes. Mientras él se inscribía, yo disfruté un ratillo de la wifi gratis para mirar por encima mi correo.
Ya se acercaba la hora de cenar, chequeamos de nuevo la guía para ver donde podíamos cenar. Había un restaurante italiano cerca de donde estábamos. Nos costó un pelin llegar hasta él, por qué, o el mapa de la guía estaba mal, o en los dos años que habían pasado desde su publicación, los holandeses ya le habían ganado otra porción de terreno al mar, lo cual no es extraño.
La comida del restaurante italiano no estaba mal, pero aquí aprendimos nuestra primera lección. Aunque los precios de la comida te parezcan bien, mira también los precios de la bebida. Curiosamente el precio de las bebidas bajaba exponencialmente mientras te alejabas del centro de la ciudad, son las cosas que tienen de comprar y vivir en la parte turística.
Ya se hacía tarde y habíamos dormido poco, así que tocó una retirada al hotel. De esta primer medio día por la ciudad me sorprendió la gran cantidad de bicicletas que había. Según la Wikipedia hay más de 700.000 bicicletas en la ciudad, y al segundo día ya aprendías a apartarte rápidamente cuando escuchabas el timbre de una. Teniendo en cuenta lo plana que es la ciudad, realmente la bicicleta resulta un medio de transporte ideal, sobretodo por que las calles sin carril bici, tanto en la ciudad como fuera de ella son la excepción. Por otro lado, estando la hora de parking en el centro de la ciudad a unos 5 euros, también debía ayudar bastante a usar la bicicleta.
Pasado mañana os cuento lo que hice el segundo día…