Philip Roth nos presenta en Conjura contra América un what-if, un que sucedería si en vez de ganar las elecciones de 1940 en Estados Unidos Franklin Roosevelt las hubiese ganado Charles A. Lindbergh, el piloto que se hizo famoso al ser el primero en cruzar el atlántico, y cuyo antisemitismo demostró varias veces en su discurso.
Todo esta especulación la describe desde sus supuestos propios ojos como un niño de 9 años de familia judía que vive en Estados Unidos, como si fuese una autobiografía. Un niño de 9 años que ve como su familia intentan sobrevivir sin marcharse del país cada vez que su gobierno se lo pone más difícil. Una población judía que ve que ese «supuesto» gobierno americano cada vez se pone más del lado de las potencias del Eje, en vez de ayudar a las tropas aliadas, tal y como sucedió en realidad.
Roth desarrolla una historia interesante de sobrevivir en un entorno racista y discriminatorio hacia una porción de la población, en este caso la judía. La narración a través del niño de 9 años salta continuamente del pasado al futuro. Para mí, el mayor problema de la historia es su final, un final «bonito», que pasa repentinamente cuando las cosas peor estaban, como si en ese momento el autor decidiese que ese era el punto de terminar la novela y terminarla ya.
Cuando el renombrado héroe de la aviación y rabioso aislacionista Charles A. Lindbergh obtuvo una victoria aplastante sobre Franklin Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1940, el miedo invadió todos los hogares judíos de Norteamérica. Lindbergh no solo había culpado públicamente a los judíos de empujar al país hacia una guerra absurda con la Alemania nazi, en un discurso tranmitido por radio a toda la nación, sino que, tras acceder al cargo como trigésimo tercer presidente de Estados Unidos, negoció un «acuerdo» cordial con Adolf Hitler, cuyas conquista de Europa y virulenta política antisemita pareció aceptar sin dificultad.
Lo que entonces sucedió en Norteamérica es el marco histórico de esta nueva y sorprendente novela de Philip Roth, ganador del premio Pulitzer, quien nos cuenta cómo le fue a su familia en Newark, así como a un millón de familias similares en todo el país, durante los amenazantes años de la presidencia de Lindbergh, cuando los ciudadanos norteamericanos que eran judíos tenían todas las razones para esperar lo peor.
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