Hace unos meses llaman a casa y mi madre contesta al teléfono, era un amable vendedor super chachi guay de una compañía de teléfonos que no es Telefónica. El tío le promete el no va más en llamadas baratas, y que mi madre no tenía que pagar nada a Telefónica. Mi madre acepta que le manden los documentos para firmar el contrato.
Llegan a casa los dichosos papeles, donde se explica el contrato, un número al que llamar y darse de alta y un teléfono inalámbrico de regalo. Empezamos a leer el contrato, yo y mi madre (¡Clientes que se leen el contrato!), y claro, como yo sospechaba, la línea se la hay que pagar a Telefónica, por lo que eso de olvidarnos de la compañía que es madre y padre en el mundo de las telecomunicaciones…
Llamamos a la compañía del vendedor super chachi guay, y le decimos que el contrato que nos mandan no es el que nos habían prometido, una amable señorita nos dice que eso es lo que hay, por lo que entonces les decimos que no vamos a aceptar el contrato, y que se pueden pasar a recoger el teléfono inalámbrico cuando deseen.
Sorpresa sorpresa, un mes después llega una factura de teléfono por importe de 14 euros por darnos de alta, y la facturación de llamadas del primer mes (el cual es cero, dado que las sigue facturando Telefónica), lo más curioso es que también tienen el número de cuenta a donde facturar, número que nunca se lo hemos suministrado. El resultado, hemos llamado hoy y estamos esperando a que nos devuelva la llamada el equipo de bajas de la compañía, al mismo tiempo que mañana toca llamar al banco para que no acepte ningún recibo de los mismos.
Y junto todo esto, el Doppler se vuelve a olvidar de que podcasts esta subscrito y mi libro de Harry Potter no me da llegado, es que hoy no gano para disgustos.
—–