Menos mal que anoté las cosas que hacía por Amsterdam en mi Moleskine de viajes, sino, recordar el día a día de esta forma iba a ser difícil.
Después de no pasar un buena noche (mis tripas me dieron la lata), nos levantamos a las 8 de la mañana para tomar el desayuno del hotel (la habitación venía con el desayuno incluido, ya sabéis, son estos casos en los que tomas más tostadas y croissants de los que tomarías habitualmente si los tuvieses que pagar uno a uno). Mi compañero de viajes tenía esta mañana su pequeña presentación en el congreso en él que participaba. Así que yo le dije hasta luego, y me fui a visitar el Museo de Van Gogh.
Este museo estaba un pelín apartado de nuestro hotel, unos 30 a 40 minutos de caminata. A mí me llevó mucho más tiempo por que fui con mucha calma, parándome a mirar cualquier cosa curiosa. Aquí fue donde comenzó la perdición para mi cartera, me paré en una librería, y me compré Norwegian Wood de Haruki Murakami, este sería el primero de bastantes más que vendrían a lo largo de los siguiente días, si es que no se me puede dejar suelto. Antes de llegar al museo te encuentras con el típico barrio residencial, donde cada una de las casas es una tienda especializada en el corte de diamantes.
Una vez en el museo, y previo pago de 10 euros para poder entrar en él, me encontré con que estaba abarrotado de gente. El museo me gustó bastante, con una gran parte de las obras del pintor y de varios de sus seguidores. En cada panel te contaban la historia del cuadro y momento de la vida en qué el artista lo pintó. A la salida del mismo, y después de comprar unos cuantos recuerdos para unos amigos, me fui hasta el hotel para encontrarme con mi compañero de viaje y continuar la visita turística con él por la tarde.
Para la tarde volvemos a empezar a recorrer calles, de nuevo una visita a una librería (¡libros de Murakami a 3×2!), y como algo novedoso, una visita juguetería que mi compañero quería pillarle algo a su hijo. Cuando ya estábamos cerca de la zona de los museos, decidimos alquilar una barca a pedales para recorrer los canales de Amsterdam. La pillamos durante una hora, y la experiencia resultó bastante agradable, excepto por algún que otro barco que pasaba a toda pastilla a nuestro lado.
Una vez terminada la vuelta en barca (que dejamos al lado de la casa de Anna Frank) tuvimos nuestro primer contratiempo, nos perdimos, pero bien perdidos (yo sospecho que, dado que me estaba meando, mi inconsciente me llevó al baño público más cercano, eso sí, en la otra punta de la ciudad). Cuando ya habíamos dado bastantes vueltas en círculos por barrios residenciales decidimos que teníamos que usar la fuerza bruta. Conectamos el gps del móvil. Después de averiguar como se calculaba una ruta conseguimos llegar de vuelta hasta la zona turística de la ciudad y conocida por nosotros. De paso nos encontramos un supermercado y optamos por comprar varios botellines de agua, que en el hotel el bote de 33c.l. estaba a 1,80 euros, ¡una ganga!
Quedamos a las 20:30 en la plaza del Palacio Real con unos amigos de mi compañero de viajes que también asistían al congreso. Ya eran horas de cenar, así que nos fuimos a un restaurante Argentino, no es que fuese ninguna maravilla.
Una vez cenados, tocaba decidir a donde ir. Tocó el Barrio Rojo. Una cosa me quedó clara, no sé si las chicas consiguen hacer mucho dinero, por que aquello era más una atracción turística que otra cosa, familias enteras viendo los escaparates de las chicas «ligeras de ropa,» excursiones enteras de personas de la tercera edad. Según ponía la guía, también en pocos escaparates había chicos, nosotros no los encontramos por ningún lado. Obviamente de esta zona no saqué una foto, según nos habían dicho, sacar fotos en el Barrio Rojo puede ser «perjudicial para tu salud».
Después de otro paseo nocturno por la ciudad, sacando alguna que otra foto, llego el momento de marcharse para el hotel y esperar a que llegase el día siguiente, con nuestro proyecto de alquilar unas bicicletas.
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